Bien podría decirse, como apunta Joaquín Sabina en uno de sus temas, que llegó con su espada de madera a comerse la ciudad por la edad a la que pisó la capital, 12 años. Pero no. Lucio, quien ha convertido la simplicidad de unos huevos rotos en la insignia de la buena cocina tradicional, lejos de querer formar parte de este entramado de piedra y gente que es Madrid, sólo pensaba en volver a su pueblo en Ávila cuando llegó obligado por su padre. Sin embargo, la vida le hizo volver por más que quiso escaparse de su destino. Y no llegó para comerse la ciudad, fue la ciudad la que le envolvió a él para no querer salir.
Algo
parecido le pasó a Sabina. Pisó Madrid, y desde entonces el olor y el color del
coloso de asfalto y piedra con esa mezcla de gente venida de todas partes, le
atrapó. Tanto es así, que ha llegado a cambiar la letra de una de sus canciones
más emblemáticas, Pongamos que hablo de
Madrid, para afirmar que desea quedarse en este trozo de tierra que sin
estar al lado del mar sabe a sal, que endulza las tardes como la caña de azúcar
y que tiene un toque de pimienta que te hace adicto a ella. Así es Madrid….
El encuentro en Casa Lucio
No hace mucho, estos dos genios de la
gastronomía y la música, coincidieron en tiempo y
espacio. En el restaurante Casa Lucio se reunieron para compartir viandas un
grupo de amigos: un genio del marketing como es David Pírez con su mujer
Patricia, Juan El Golosina, que lleva dentro el espíritu de Lola Flores, y
otros dos amigos más, Alejandro y Lola. En este rincón de La Latina recreado
por Lucio hace ya varias décadas, la sobremesa se presentó aderezada por la
compañía de Joaquín Sabina y su mujer, que se sumaron a los postres. El café
hizo todo lo demás.
Buena cocina tradicional, cocido y huevos rotos, envuelta con arte y la compañía de un poeta urbano como Sabina, quien ha dicho en alguna ocasión, que siempre ha querido ahorrar para comprar tiempo. Quizá por eso hizo esta reflexión: cuando uno está a gusto, nunca debe irse por muchas cosas que tenga que hacer… Lo comentó justo antes de hablar por teléfono con Fernandisco, gran conocedor de la industria de la música y amigo mío, quien por cierto, cumplió años el pasado sábado.
¡Qué descubrimiento el café!
Usado como medicina por los árabes fue
descubierto por un cabrero etíope, quien relacionó el aumento de actividad de
su rebaño, con la ingestión de unas pequeñas bayas rojas. Cuantos versos,
estrofas, canciones, sueños, ideas, risas y conversaciones hay detrás de una
taza de café. Algo así ocurrió en aquella sobremesa improvisada en Casa Lucio.
Juan El Golosina se marcó unas rimas flamencas espectaculares. Tanto es así,
que Sabina hizo la siguiente afirmación: ¡esto
sí es interpretar!
¡Qué bueno poder disfrutar de tanto talento junto!
No podemos dar la espalda al mundo en el que estamos, pero a veces conviene hacer un paréntesis y dejar los ojos apartados de una pantalla de móvil, tablet, iPad o cualquier aparato que nos priva tantas veces de un encuentro maravilloso como el vivido en uno de los barrios con más historia de Madrid y en un establecimiento de la categoría de Lucio.
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