Nos detenemos en la Plaza de
la Paja para disfrutar de una velada en la antigua morería, concretamente en el
restaurante Naia. El Madrid de los Austrias tiene un halo especial que te
envuelve al pisar sus calles. Es día de reencuentro.
He quedado con cuatro
amigas a las que hace tiempo no veo. Meses atrás trabajábamos juntas, en la
radio, haciendo lo que más nos gustaba. Intercambiábamos comentarios, risas,
pensamientos y sueños a diario. Ahora cada una recorre un camino distinto que
nos distancia en el espacio y en el tiempo. Hoy nos encontraremos de nuevo.
La espera
Mientras llega el resto de comensales,
los camareros me invitan a sentarme en una mesita junto a la entrada frente a
un ventanal que da a la plaza. El olor de las aceitunas que acompañan mi
cerveza mientras miro a través del cristal, me traslada siglos atrás cuando los
Reyes Católicos habitaban el palacio de los Lassos de Castilla, o se subastaba
la paja en la considerada Plaza Mayor de la ciudad. En este lugar se respira
Historia. Algo que se puede hacer con mayor deleite, si cabe, en la terraza del restaurante, la que pisa la misma plaza que ilustres
personajes lo hicieran siglos atrás. Llega la amiga más rezagada
y pasamos dentro.
La cena
Nos espera una mesa en un entorno íntimo con aire
neoyorquino. Los camareros agradables y atentos se acercan a nuestra mesa donde
las palabras se enredan al querer expresar lo vivido en los últimos meses. Una
boda, un trabajo nuevo, recuerdos de días iluminados, de sombras que se fueron
para no volver…Muchos años compartiendo horas de dedicación y de vocación que
demoran la llegada de los platos. Nos decidimos por uno de los estrella del
restaurante: las virutas de foie de pato con reducción de oporto y tostadas con
sal de tomillo. Un deleite para el paladar que vino acompañado de las carrilleras
de ternera guisadas con arroz jazmín y la burrata pugliese con pimientos
confitados y migas trufadas. Después nos dejamos tentar por la carta de postres
coronados por el brownie de chocolate y nueces con helado de violetas. El vino,
del que había una extensa y variada selección, completó el círculo de la cena
sentadas a la mesa.
Era tan agradable la
sensación, que nos olvidamos del tiempo y nos abandonamos en la planta inferior
del local donde se encuentra la zona chill-out para tomar una copa. Un
reencuentro bañado por la historia, el vino, una cocina creativa, una copa y lo
mejor de todo, una velada de reencuentro, de amistad. ¿Qué más se puede pedir?
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