Yo apenas tenía
nueve años cuando fuimos de vacaciones a Santander por primera vez. Me
encantaba ese hormigueo que sentía cada mes de agosto al levantarme de
madrugada y partir de vacaciones en plena noche hacia el mar. Hacia las cuatro
de la madrugada nos subíamos al SEAT 850 especial
color amarillo verdoso, en aquella época en la que se viajaba sin cinturón
de seguridad, con manta de viaje y un montón de bultos atados con los pulpos
elásticos en la baca del coche. Me gustaba viajar de noche porque no me mareaba
y me sentía importante al ser la única de la familia, junto a mi padre, que
permanecía despierta durante las largas horas de viaje. En el trayecto
parábamos en Burgos para visitar la catedral. Después alcanzábamos el Puerto
del Escudo donde el serpenteo del asfalto me provocaba el consiguiente mareo.
Poco después llegábamos a nuestra meta. Era una casona convertida en pensión
donde pasaríamos las siguientes dos semanas disfrutando de los pastos cántabros
y la sal del mar. Los caracoles, el rompeolas de El Bolao en Cóbreces, las
visitas a Comillas, las vacas en los campos y los Picos de Europa. Uno de los
mejores recuerdos de mi infancia y un lugar de enorme valor ecológico que da
cobijo a una fauna y flora excepcionales. Esto lo han
sabido ver los jóvenes ingenieros, David Martínez y Rubén Leivas, creadores de
Destilerías Siderit.
Ellos han encontrado en la riqueza de los Picos de Europa
la inspiración para elaborar una ginebra nacional de categoría, en la que la
esencia vegetal de estos parajes cántabros penetra sin pedir permiso en nuestros
sentidos y los envuelve en un aroma floral y un sabor único. Hablamos de la
ginebra SIDERIT.